Por Jaime Abanto Padilla
Cajamarca, la ciudad que protagonizó el desencuentro que modificó la historia del continente americano, atraviesa la peor crisis de su historia con respecto al abastecimiento de agua, después de 32 años de minería en la cabecera de cuenca, finalmente nos quedamos sin agua. Ya ningún argumento justifica una realidad que tenía que darse en algún momento. La empresa prestadora del servicio, SEDACAJ, ha ensayado una serie de mensajes subliminales culpando incluso a los usuarios del servicio, etiquetándolos como irresponsables. La verdad, sin embargo, es otra. En más de 3 décadas de minería intensa, las fuentes hídricas se agotaron, hay una responsabilidad implícita en la empresa que en ese período de tiempo solo incrementó sus clientes casi 10 veces sin modernizar ni mejorar su obsoleto sistema, menos aún, invirtió en nuevas captaciones.
Los pozos tubulares se han puesto de moda en Cajamarca y son una solución temporal a corto plazo. Los argumentos del estiaje ya nadie los cree, hoy atravesamos el momento más álgido y nos sumamos a otras ciudades del mundo que empiezan un proceso de desertificación. Mientra eso sucede, nuestras autoridades permanecen en absoluta indiferencia. La municipalidad, socia de SEDACAJ, trata de disfrazar la realidad con argumentos políticos como la presa del Chonta o sus pozos tubulares como paliativos a un problema que cada día es más evidente y que empieza a matar de sed a la tierra en donde murió Atahualpa. El Ministerio Público debería accionar ya ante este atentado contra una ciudad de más de 300 mil habitantes.
