Nunca habíamos visto nada igual: un objeto interestelar que acelera sin motivo aparente. Si en diciembre no aparece la nube de gas prevista, el misterio será aún mayor. Y tendremos que encontrar la respuesta antes de que el cometa se marche para siempre.
Cuando los astrónomos descubrieron 3I/ATLAS el pasado julio, pensaron que sería otro visitante interestelar con rarezas, como Borisov o ʻOumuamua. Pero no imaginaban que iba a ser tan desconcertante. Este cometa llegó con ganas de dar espectáculo a lo grande. Primero, porque es enorme: entre 10 y 30 kilómetros de núcleo, el mayor que hemos visto venir de otro sistema estelar. Segundo, porque se mueve a más de 210.000 km/h, como si tuviera prisa por volver a casa. Y tercero, porque acaba de hacer algo que tiene a los científicos rascándose la cabeza: ha cambiado su trayectoria sin que la gravedad tenga nada que ver.
En teoría, los cometas son obedientes: siguen la curva que les marca la gravedad, como coches sin volante en una autopista cósmica. Pero 3I/ATLAS decidió salirse del carril. ¿Por qué? La explicación oficial es el “efecto cohete”: cuando el Sol calienta el hielo, el cometa expulsa gas y polvo, y ese chorro lo empuja un poco. Hasta ahí, todo normal. Lo raro es la magnitud del empuje. Para justificar el cambio, tendría que haber perdido una sexta parte de su masa en pocas semanas. Y aquí viene lo increíble: esa nube de gas no está.
Imagina que tienes un coche de 1.000 kilos y, para cambiar de carril, necesitas que pierda 160 kilos en cuestión de días. Eso es lo que pasa con 3I/ATLAS: para explicar la desviación, debería haber expulsado millones de toneladas de hielo y polvo. Y cuando un cometa hace eso, se nota: se forma una nube enorme alrededor, como un aura brillante que se ve incluso con telescopios modestos. Pero los instrumentos más potentes —incluido el James Webb— no han detectado el volumen de gas que debería acompañar semejante pérdida de masa. Es como si alguien te dijera que tu coche ha perdido 160 kilos, pero sigue intacto y no hay piezas tiradas en la carretera.
Por eso los científicos están inquietos. Avi Loeb, el astrofísico que nunca se muerde la lengua, lo dijo claro: “Si en diciembre no aparece esa nube, la física tradicional se queda sin excusas”. Loeb ya fue polémico con ʻOumuamua, sugiriendo que podía ser tecnología alienígena. Ahora vuelve a la carga: “No digo que sea una nave, pero si no encontramos la explicación, tendremos que buscar soluciones fuera de lo habitual”.
Mientras tanto, el cometa sigue regalando rarezas. En julio lució una anticola, una cola apuntando hacia el Sol, como si quisiera desafiar la lógica cometaria. En octubre, cuando rozó el perihelio —el punto más cercano al Sol—, se volvió más azul que nuestra estrella, algo que ningún cometa había hecho antes. Y por si faltaba espectáculo, su brillo se disparó de golpe, como si alguien hubiera subido el volumen al máximo. Los espectros muestran emisiones dominadas por carbono y trazas de níquel ionizado, algo nunca visto en cometas del Sistema Solar. ¿Qué significa? Que se formó en un entorno muy distinto al nuestro, quizá en las afueras heladas de otro sistema estelar.

El debate está servido
Por un lado, están los que ven misterio en cada dato. “La aceleración no gravitacional es demasiado grande para explicarla con desgasificación”, insiste Loeb. Otros apuntan a la composición exótica: “Si hay más CO₂ que agua, la dinámica puede ser distinta”, dicen desde el Instituto Max Planck. Y luego están los que piden calma: “No hay evidencia de propulsión artificial. Lo más probable es que estemos viendo procesos naturales que aún no entendemos bien”, afirma la NASA. Para ellos, la nube puede aparecer más tarde, o el material expulsado puede ser invisible en ciertas longitudes de onda. En resumen: misterio sí, pero con pies en la Tierra. La mayoría de los astrónomos considera que es un cometa natural, aunque con procesos poco conocidos. Como remató Karen Meech, veterana en el estudio de objetos interestelares: “La ciencia no necesita extraterrestres para ser fascinante”.
¿Y ahora qué? El próximo capítulo llega el 11 de noviembre, cuando volverá a ser visible antes del amanecer. Pero la fecha clave es el 19 de diciembre, cuando alcanzará su punto más cercano con la tierra: 269 millones de kilómetros. Ese día sabremos si aparece la nube de gas que confirmaría la hipótesis natural… o si el misterio se hace más grande. Como dijo un investigador del JPL, casi con asombro: “Este cometa nos está enseñando que el universo todavía guarda sorpresas”.
Fuente: as.com








